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ISSN 1989-4163

NUMERO 81 - MARZO 2017

Según los Cánones

Cristina Casaoliva

Las cosas son como son. Algunas de ellas, si no la mayoría, responden a la tranquilidad que nos confiere lo habitual, a prejuicios heredados a decisiones implantadas en nuestro subconsciente y bajo ese prisma impostado evaluamos nuestro entorno, juzgamos a nuestros semejantes y emitimos juicios de valor.

Y es que en el fondo todo aquello que se sale de lo establecido, de nuestro baremo de normalidad, nos inquieta e incómoda.

Así por ejemplo toleramos la diversidad racial siempre que uno de ellos no se instale en nuestro rellano, aceptamos amigos de otras razas siempre que hayan sido educados por blancos autóctonos. Del mismo modo aceptamos como justificadas las familias numerosas si pertenecen a una familia del Opus, a una de holgada economía o si se trata de familias de inmigrantes ignorantes y desfavorecidos.

Nos miran o nos miramos bajo ese prisma escrutador, aunque a mi ego le gustaría jactarse de estar excluida de esa mayoría juzgadora, no me atrevo a tal aseveración sin un análisis previo más profundo.

Así pues puedes pasar de la noche a la mañana de estar en el grupo mayoritario de esa ambigua normalidad a formar parte de la desafortunada minoría prejuzgada y sentenciada sin poder borrar de tu rostro la cara de asombro.

En muestro caso por ejemplo nos hizo cruzar la barrera el convertirnos en familia numerosa. Cuando decidimos tener un tercer hijo en plena crisis, formando parte de la vapuleada clase media, sin pertenencia al Opus que lo justifique, sin un patrimonio millonario que nos exonere y sin ser una inmigrante sumida en la ignorancia. Sin excusas ante tamaño despropósito.
Desde entonces las muestras de ese juicio de valor que subyace en la mente de la mayoría, amigos o no, se ha manifestado de formas más o menos obvias, con mayor o menor grado de educación, cuando no como un claro insulto.

Podría poner incontables ejemplos de los prejuicios inesperados que nos rodean. Perdí la cuenta de las veces que me han dicho que soy valiente por tener 3 hijos. En algunos casos es sincera admiración, lo reconoces por la nitidez de la mirada y la voz ausente de reproche; en un mayor número de casos es sólo un modo educado de decirte que te falta un tornillo. Cuando ven a mi pequeño o nos observan cargados con merienda para tres, con tres sillitas en un turismo normal, las frases, las preguntas y las miradas van del total desconcierto y estupor a la reprobación pura y dura.
Sin ir más lejos, en el mundo inmobiliario tener familia numerosa es un punto en contra, a no ser que desees alquilar una carísima casa en una urbanización, pero si buscas un piso al uso, tus tres preciosos pequeños se convierten en una enorme puerta cerrada. Hay propietarios que alquilan sus viviendas bajo la premisa de “prohibida la entrada a animales y niños”. Aún estoy estupefacta.

Tras una larga búsqueda, recuerdo que visitamos un piso mi marido y yo, aunque ahora lo que se lleva es decir “con mi pareja”; como decía, acompañamos a la agente inmobiliaria a visitar el inmueble, lo hicimos en nuestro turismo, sacando una de las tres sillitas de la parte trasera para acomodar a la señora. Finalmente alquilamos la vivienda y cuál es nuestra sorpresa al comprobar que tras una visita de minutos de la hermana del propietario para darnos unas llaves recibimos una llamada increpándonos por ser una familia con hijos, cosa que por lo visto variaba las condiciones contractuales ¡y les obligaba a subir el precio ofertado y firmado por el alquiler del inmueble!. Tal cual. No os quiero ni explicar el acceso de cólera y la retahíla de acusaciones que siguieron a la pregunta de: “¿es verdad que tienes tres hijos?”. Sacad vuestras propias conclusiones.

Así que a base de encuentros incómodos, de caras de asombro y miradas de superioridad por parte de muchas de las parejas que tienen hijo/a único/a, he llegado a la conclusión de que en la actualidad tener un único hijo se considera una decisión inteligente, pragmática y adecuada. Tener la pareja, o sea dos hijos, es aceptable; innecesario pero socialmente tolerable. Sin embargo tener tres hijos, amén de poseer un poder adquisitivo de alto a muy alto, es claramente una decisión nada racional, poco justificable, innecesaria y carente de todo sentido común.

Bien, llegados a este punto, sólo puedo decir que tener a mi tercer hijo seguramente no fue una decisión racional, si por racional se entiende tener un único hijo para que no nos absorba tanto tiempo nuestro papel como padres, por un sentido de la comodidad, por un tipo de gestión de la economía que haga que en 7 años de vida nuestro único vástago receptor de todas nuestras expectativas haya practicado cuanto deporte se pueda ejercer en tierra, mar y aire. Haya viajado en cuanto transporte ruede, nade o vuele. Y tenga acceso a toda experiencia habida que la economía pueda procurar y nos sirva para reafirmarnos en el imperativo de que procrear una única vez es lo acertado y por ende considerar como errónea la decisión de tener tres hijos o incluso más de uno, buscando en cada ocasión y encuentrando atisbos de arrepentimiento en nuestras pupilas, escudriñando nuestros gestos en cada pataleta y viendo como cada signo de cansancio aflora ese brillo de superioridad que huele a un “¡lo ves!”, que suena a cuando te señalan con el dedo.

Teniendo como racional ese concepto no puedo más que sentirme orgullosa de ser madre de familia numerosa, orgullosa de mi cansancio y orgullosa de entregar mi tiempo y mi alma. Porque pese, y ante, la incomprensión ajena, cada uno de mis hijos me hace inmensamente feliz. Porque creo que los hijos tienen toda una vida para tener experiencias; no es imperativo proporcionarlas todas en los primeros seis años de vida y creo que igual les compramos menos cosas, pero les ofrecemos una familia, unos lazos, un vínculo y un amor que va más allá de los prejuicios que nunca creí que existieran, más allá de cretinos como el dueño de la vivienda y su familia.

Por suerte algunos aún hacemos lo que nos dicta el alma y no vivimos sujetos al yugo del que dirán, de la comodidad como base, de la superficialidad y el prejuicio.

Por suerte algunos nos negamos a vivir sólo según los cánones. O eso espero.

Canones

 

 

 

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